Coloqué este panel, un eco del orden de Mondrian, en medio de la decadencia de la piedra y el tiempo. No para provocar, sino para conectar. Las líneas rectas y los colores primarios son mi intento de aportar estructura a un mundo que se desmorona lentamente. Pero sabía: incluso la composición más ajustada eventualmente se agrietará.

La pintura se está pelando, las esquinas se desvanecen - y ese es precisamente el punto. Porque la belleza no está en la perfección, sino en su decadencia. La hiedra que se enrosca hacia arriba no es un intruso, sino un jugador. Nos recuerda que la naturaleza siempre regresa, que incluso el esfuerzo más humano se absorbe finalmente en el todo más grande.